La marcha de Messi despierta reacciones. Y no solo en el ámbito deportivo. Su juego estratosférico ha llevado la magia más allá del campo de futbol. Aquel glorioso 2009 elevó el orgullo colectivo a la altura de las seis copas ganadas. Todo parecía posible.
Nunca es un buen momento para que Messi abandone el FC Barcelona, pero el presente es especialmente negro. Recordemos, el Barça es más que un club. Y Catalunya anda de bajón. No son las siete plagas de Egipto, pero se le parece. En plena pandemia mundial, la economía zozobra. El sistema sanitario, castigado por los recortes, suma desgastes. Después de asistir a la bochornosa y desleal soberbia del Govern durante el estado de alarma, hemos tenido que soportar su pésima gestión. El 'procés' hizo soñar a cientos de miles de personas, hoy deambula falto de estrategia y de salidas. Durante décadas, Catalunya era y se percibía adalid del progreso y la excelencia. Ahora, esa imagen anda empañada. Messi es solo un deportista, y también un símbolo. El hechicero que hizo sentir invencible a buena parte de la sociedad. Su marcha incrementa el sabor a pérdida.