Desde el Raval

Colgando de un hilo

Colas para recoger comida en un comedor social del Raval de Barcelona, el pasado mayo. / FERRAN NADEU

El Raval nació entre murallas desaparecidas de Barcelona, muy marcado por una geografía y una historia nada uniforme ¡Un kilómetro cuadrado da para mucho! Encontramos diferencias al norte y al sur, con calles fronterizas, cambiando desde el mar arriba hasta el Eixample.

Ahora, una parte del barrio ha quedado muy vacía. Nos han dejado los turistas. No están en la Boqueria ni en las inmediaciones. Muchas de las paradas y tiendas cerradas, sobre todo las que hubieran hecho el agosto con ellos. Los mismos clientes que, como mancha de aceite, desde las Ramblas penetraban en el barrio buscando el exotismo o la fiesta nocturna. O los que estaban alojados y se paseaban en bañador y toalla. Es cierto que tampoco está la gente que, con suerte, se ha ido de la ciudad huyendo del estrés pasado durante el confinamiento en espacios inhumanos.

Quizá por eso, ha vuelto a ser el de antes: el barrio de las personas. Tanto de día como de noche, es para la gente del Raval. Somos acogedores, pero ¡alguna vez ya nos va bien! Hemos recuperado la humanidad porque nos reconocemos del barrio y nos hace aumentar el sentimiento de pertenencia. Se había perdido en momentos de la historia cuando la población era muy cambiante y generaba el sentir que el barrio ya no era nuestro y que existíamos para estar al servicio de la ciudad. Ahora, volvemos a la vida que empieza tarde por la mañana pero que no termina hasta bien pasada la noche. La del bullicio en Joaquín Costa, volviendo a ser la calle Ponent, como lo recordaba Terenci. O el de la calle Hospital o Sant Pau. Reaparece alguna camiseta imperio. Recuperando el Raval, de tiendas, muchas muy diferentes de hace años, y la gente haciendo vida en la calle.

Pero no es todo tan bonito. Hay muchas familias colgando de un hilo a punto de romper. Sin la economía sumergida o las horas mal pagadas, ya no les queda más que las exiguas prestaciones sociales, si es que llegan. Mucha gente que duerme y dormirá en la calle o amontonada. Por suerte, siempre en medio de la miseria se han generado redes solidarias para soportar la gente más azotada. La fuerza de un barrio que cuida las personas, porque es su mejor patrimonio. Pero no nos engañemos, la solidaridad no lo es todo. La igualdad solo llegar si nos creemos la justicia social.