Desde Sants

Un regalo para el verano

Hay que recuperar nuestra presencia en unas calles en las que a veces solo sabemos consumir y comprar porque nos hemos olvidado de caminar y observar

La carretera de Sants, eje comercial del barrio, cortada al tránsito el fin de semana por la pandemia. / EFE / TONI ALBIR

Al verano le pedimos que satisfaga todo lo que no hemos tenido durante el año, como si esta estación tuviera la capacidad de dar nombre a cosas que hemos olvidado el resto del año: descansar, relajarnos, alargar los atardeceres e ir a comer helados al paseo de Sant Antoni. Este año, además, al verano le pedimos que nos dé una tregua, como si el calor y las bocanadas de aire caliente del metro de plaza de Sants tuvieran algún tipo de efecto inhibidor sobre un virus que busca mucha pelea. Pero el verano no nos dará solo lo que queremos, porque ya hemos podido comprobar de sobras que este tipo de 'nueva normalidad' recuerda mucho a la de antes: los que tenían siguen teniendo y los que no tenían, aún tienen menos. La mayor diferencia es que ahora nos ponemos mascarilla y nos lavamos las manos (¿y la conciencia?) con gel hidroalcohólico.

Cuando llegué a vivir a Sants era verano, pero no estábamos en medio de una pandemia mundial ni conocía todo lo que he podido conocer del barrio. He vivido en diferentes zonas de Sants, pero siempre, siempre, cerca de algún lugar que fue una fábrica, una cooperativa obrera o una ubicación importante para la historia del barrio. Y no es que haya podido hacer coincidir mis intereses con la búsqueda de un lugar donde vivir -no sé si esta frase es un oxímoron o una fantasía-, sino que en Sants es difícil vivir lejos de algún lugar donde no hayan ocurridos cosas que, podría parecer que no, aún podemos notar: desde todas las victorias vecinales hasta apropiaciones del espacio como las que hemos vivido cuando la carretera de Sants ha dejado de ser una vía prohibida a las personas.

El verano no nos devolverá las fiestas mayores ni que nos podamos amontonar ante el escaparate de los helados. Quizá nosotros, en lugar de reclamarle, podríamos regalarle nuestra presencia en unas calles en las que a veces solo sabemos consumir y comprar porque nos hemos olvidado de caminar y observar. Al verano le podríamos regalar recuperarlo y vivirlo a través del espacio público, con distancia física pero no social, porque precisamente querer recuperar los barrios requiere todo el acercamiento colectivo.

 

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