Puede aparecer en cualquier proceso constituyente después de una dictadura: el temor a lo que puede representar la elección directa de una persona como jefe del Estado. Que una persona sea investida por el voto popular le otorga una indiscutible legitimidad democrática, de la que carece en absoluto cualquier rey o reina. Esa es la razón por la que en las monarquías parlamentarias tienen atribuciones principalmente simbólicas. Y los poderes, pocos o muchos, de los que disponga el jefe del Estado elegido directamente se refuerzan por esa legitimidad democrática. No ocurre nada si están en manos de personas razonables y alérgicas al autoritarismo, y que, después de ser elegidas, saben ganarse y mantener el respeto para la institución que encarnan. Pero allí donde hay margen para el populismo, se cuelan, y a veces triunfan, líderes carismáticos a los que los contrapoderes les incomodan.
La igualdad ante la ley
Sobre la monarquía
La interpretación extensiva de los privilegios del Rey, entre ellos la inviolabilidad, hace un flaco favor a la Corona
Un operario retira el retrato del rey emérito, Juan Carlos I, del Parlamento de Navarra, el 15 de junio. /
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