Fracaso político

La mascarilla como penitencia

Unas mujeres charlan en una terraza con la mascarilla puesta. / JOAN CORTADELLAS

Andrea se ajusta la mascarilla en el ascensor, antes de salir a la calle. Le agobia. Ha probado varios modelos, pero no ha conseguido encontrar uno que le resulte cómodo. Empieza a caminar hacia la oficina, que está el centro de Barcelona. Observa que más o menos dos de cada diez personas con las que se cruza no llevan mascarilla, o la llevan con la nariz por fuera o bajo la barbilla. Bastantes turistas que no se enteran o hacen como que no se enteran. Su primera reacción es indignarse con los que pasan de la mascarilla. Pero enseguida, ya respirando por la boca, su pensamiento se va a los políticos.

Los políticos se sacaron el marrón de encima y se lo endosaron a los ciudadanos. Les dijeron que fueran responsables y solidarios, y chimpún. Jamás debían haber permitido que cundiera la sensación de que, tras el encierro en casa, la tormenta había pasado. Tenían que haber hecho todo lo posible -por ejemplo, mandando policías a los lugares con mayor concentración de personas- para impedir que sucediera lo que ha sucedido. Mientras sigue caminando bajo el sol de julio, Andrea no alcanza a entender qué tipo de mentalidad infantil pudo imaginar que con martillear un puñado de consejos todo iba a ir como una seda. 

Ella no ha leído a Hobbes, pero ha rebasado los cuarenta y vive una hija preadolescente. Suficiente para tener claras algunas cosas sobre la insensatez y el egoísmo humanos. Y sabe perfectamente que no basta con admoniciones si lo que se quiere es que los comportamientos cambien. Que hay que estar encima. Y a veces castigar. Si se hubiera actuado con igual permisividad con el tabaco, se dice, aún se fumaría en los ascensores, los restaurantes y los autocares. Conclusión: ante el descalabro, las autoridades han querido corregir su dejadez de golpe y con una medida extrema. Mascarilla siempre. Cien euros de multa. Como los maestros novatos que, cuando pierden los estribos, castigan a la clase entera. Penitencia para todos. Una vez más, se dice Andrea casi llegando al trabajo, pagan justos por pecadores. Maldita sea.

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