Cuando a mediados de marzo estalló la pandemia en España escribí que el 'procés' iba a ser devorado por la crisis sanitaria y socioeconómica del coronavirus. En realidad, la afirmación no era del todo exacta porque su motor, es decir, la creencia de que la secesión era posible situando al Parlament y al Govern fuera del orden constitucional, ya se había dado de bruces con la realidad en octubre del 2017 tras la falsa DUI del día 27, seguida del silencio cobarde de Oriol Junqueras y la huida de Carles Puigdemont a Bélgica. El 'procés' entendido como unilateralidad murió ahí, de la misma forma que nació cinco años antes cuando Artur Mas rompió sus acuerdos con el PP y convocó elecciones en septiembre de 2012 para empezar "un 'procés' de gran envergadura i complexitat cap a l’autodeterminació", declaró en la Cámara. No nació con la sentencia del Tribunal Constitucional como estos días todavía algunos insistían. El 'procés' respondió a disyuntivas internas del nacionalismo, principalmente para capear la crisis social y tapar la corrupción de CDC.
EL LABERINTO CATALÁN
Sin 'procés' ni 'posprocés'
El ’expresident’ Carles Puigdemont, el pasado 23 de junio, en Bruselas. /
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