El independentismo catalán zumba como un avispero. Tres años después del talismán del 1-O, la coalición JxCat-ERC está hecha añicos. Torra encabeza un Gobierno zombi. La posconvergencia se disgrega a su vez con ímpetu centrífugo. La escisión de Pascal y Campuzano (PNC) es la primera expresión solvente del desmembramiento. Las de Teixidó (Lliures) y Gordó (Convergents) son artefactos anteriores pero irrelevantes. El PNC puede complicar a corto plazo la baza electoral posconvergente. A largo, podría llegar a desfigurar el hipnótico torneo de puritanismo patriótico que suele disputarse al filo del abismo.
El consorcio JxCat-PDECat zumba también. Puigdemont, con sus presos y parte de este Govern muerto en vida, exige vasallaje al PDECat. El señor de Waterloo demanda la inmolación. El PDECat se resiste al sacrificio y amenaza con la ruptura. Un desenlace muy vistoso, pero muy improbable: una nueva escisión en la posconvergencia sería arrojar la toalla electoral. ¿Qué sentirá Mas en la plácida atalaya desde donde observa la vastedad de su obra política? ¿Frustración, melancolía..., orgullo?
El anzuelo del patrioterismo
La pugna intraconvergente es notable, pero no definirá el nuevo marco independentista. El núcleo es la batalla entre JxCat y ERC por la hegemonía. El resultado determinará la política catalana y condicionará la española. Algunos procesos se entienden mejor a partir de sucesos mínimos, como la tertulia independentista celebrada el 11 de diciembre en Lliçà de Vall. Ponentes: Borràs (JxCat) y Tardà (ERC). El acto terminó con vítores a la "¡presidenta!" y vituperios al "¡traidor!". La presidenta no arqueó ni una ceja mientras el público se comía al traidor.
El final de esta historia depende de varios factores, pero el primordial será la capacidad o la incapacidad de ERC de abstraerse del anzuelo del patrioterismo. Esto escribirá el futuro. En un sentido o en el contrario.