Una amiga me contaba hace poco que no sabía si asistir a la celebración del bautizo de un sobrino en el chalet de su hermano porque podía haber un número de invitados superior al que la ley permite. Parece que el efecto del covid-19 se ha reducido a esa preocupación; la época en la que cada día había varios cientos de muertos, las ucis estaban colapsadas y el miedo al contagio nos atenazaba empieza a parecernos un mal sueño, especialmente a los que vivimos en las regiones menos castigadas por la pandemia y no hemos perdido a ningún ser querido. Los jóvenes retoman los botellones, las playas son nuestros paraísos perdidos y recuperados, nos entra la prisa por recuperar las cervezas pendientes y las celebraciones familiares, y sentimos una grata sensación de alivio al haber sobrevivido, especialmente si nuestros trabajos también han resistido.
No bajar la guardia
Covid-19 y ciencia
Por ello no podemos olvidar que el virus sigue ahí
Una pareja baila con mascarillas en un parque junto al río Yangtsé, en Wuhan, localidad china donde se originó el coronavirus, el 27 de mayo. /
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