Echaba de menos Barcelona. Es lo que tiene vivir en el área conurbana. Por eso lo primero que hice cuando se pudo fue acercarme a comprobar que todo seguía en su sitio: el paseo de Gràcia, la Diagonal, el Moll de la Fusta, el Born, la Rambla... En especial esta última. Tenía curiosidad por ver una Rambla sin rebaños de turistas, sin paellas, ni sangrías, ni sombreros mexicanos, sin multitudes. Una Rambla que se parece ahora más que nunca a las que fue en otro tiempo. A la de principios del siglo XIX, cuando el turismo era un lujo al alcance de muy pocos y el escritor Leandro Fernández de Moratín, afrancesado y sibarita, decía de ella que era uno de los paseos más elegantes del mundo. Aquella que recorría José Zorrilla, el autor de 'Don Juan Tenorio', camino de L’Ateneu, donde era tan querido, y en la que los jóvenes barceloneses le reconocían y le paraban para hacerle preguntas. Eran tiempos en que las personas del mundo no eran multitud. Se estorbaban menos.
La ciudad sin multitudes
La Rambla en un parpadeo
Tenía curiosidad por ver la avenida sin rebaños de turistas, sin paellas, ni sangrías, ni sombreros mexicanos, sin multitudes
Unos trabajadores limpian los toldos de una terraza en La Rambla de Barcelona. /
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