El agravamiento y la generalización de las protestas en Estados Unidos a raíz de la muerte en Minneápolis de George Floyd colocan al país en una encrucijada social cuyo precedente más ilustrativo deba buscarse quizá en el desgarramiento que siguió al asesinato de Martin Luther King en 1968. Si en aquella ocasión el resorte que activó las manifestaciones fue la desaparición del mayor líder que ha tenido la comunidad negra, hoy es el dramático final de un ciudadano anónimo lo que ha hecho prender la llama, pero la razón profunda de cuanto sucede es la misma: el hartazgo de una minoría demasiadas veces sometida a las arbitrariedades racistas de políticos y agentes del orden. La gran diferencia de entonces a ahora es que ningún presidente había osado gestionar tal lacra con las artes desafiantes de Donald Trump.
DISTURBIOS RACIALES
Una enfermedad moral
El racismo sigue siendo un ingrediente divisivo determinante en EEUU, pero ningún presidente había osado gestionar tal lacra con las artes desafiantes de Trump
Un numeroso grupo de manifestantes observan cómo arde un coche de la policía en Manhattan, este sábado 30 de mayo, durante las protestas por la muerte de George Floyd en Minneápolis. /
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