RENTA MÍNIMA VITAL

La pobreza, a secas

El virus nos ha arrinconado contra las cuerdas, y no parece que vayamos a salir de la ciénaga sin una solución keynesiana

Cola para recoger comida en el Comedor Social Reina de la Paz de las Misioneras de la Caridad, en el Raval, el 8 de mayo.  / FERRAN NADEU

Para mí, para muchos compañeros de generación, la pobreza extrema es solo un eco doloroso en la memoria familiar. Acaso un temor atávico. Más reflexión que experiencia sufrida, aunque su latigazo no se haya alejado mucho en el tiempo. Rebusco en la estantería 'Rabos de lagartija', de Juan Marsé, la mirada taladro, el gran orfebre de la novela, de quien me viene a la cabeza una descripción sobre la indigencia tan sencilla como poderosa. Al fin doy con el párrafo subrayado en el libro: "Garbanzos, lentejas, boniatos, farinetas. Puedo nombrar estas cosas y olerlas en la memoria con la misma gratitud y respeto con que lo haría mamá, acariciarlas con las manos y la voz de mamá. […] Los terrones de azúcar en la salsera desportillada, las lentejas en una caja de galletas, los boniatos en un barreño de zinc, los ajos en un bote de cacao…". A pesar de la limpieza y el orden que impone a su alrededor, en la pobreza las cosas nunca parecen estar en su sitio; andan, en efecto, ocupando insidiosas el lugar que un día correspondió a otras. Pertenezco a una generación cuyos padres, lastimados por la escasez de la guerra y la posguerra, nos enseñaron a besar el pan si caía al suelo. En casa no se tiraba nada.