Análisis

Cainismo español

Ahora es tiempo de asumir el dolor colectivo, de concordia y consenso, no de caceroladas ni de aritmética parlamentaria. ¿Es que no han aprendido nada?

Una mujer protegida con mascarilla golpea una cacerola durante la manifestacion celebrada en la puerta de la sede del PSOE de la calle Ferraz de Madrid contra la gestion del Gobierno de Espana en la crisis del coronavirus. / Óscar J. Barroso

Los filósofos, esa especie que se dedica a pensar para hacernos pensar, son más necesarios que nunca en estos tiempos de miedo y nieblas apocalípticas. Rafael Argullol, por ejemplo. En los últimos días he leído varias entrevistas con él —saca libro en octubre, ‘Las pasiones de Argullol’— en las que, entre otras lecturas oportunas sobre lo que está pasando, trae a coalición la cantidad de personas odiadoras que hay en España, pese a la trabajera de sostener esa pasión el tiempo. En la conversación con Anna Maria Iglesia para ‘Letra Global’, el autor habla de “mala sangre” y de un “cainismo” arraigado, más que en ningún otro país del mundo, empleando así un mito bíblico que, en su significado profundo, una ya creía olvidado en el último rincón del desván. Loco de celos porque Yahvé prefiere las ofrendas de su hermano Abel, Caín lo mata asestándole un golpe en la cabeza con una quijada de asno. El estigma de la manía fratricida. ¿Persiste aquí y a estas alturas? Pues, sí. Parece que el coronavirus puede con todo menos con la mala leche. Ahí siguen la tentación del abismo, la actitud de desprecio hacia los consensos, el regocijo en los errores, la mentalidad de base testicular.