Se acabaron los aplausos de las ocho. Tendremos que analizarlos con detalle, porque van más allá de la causa que los impulsó. Ahora, sin embargo, ya estamos en condiciones de decir que no se trataba solo de un reconocimiento, en el momento más crítico de la pandemia. Era, también, una especie de autoafirmación, de consolidación de los lazos, de comprobar que había vida fuera de las paredes de la enclaustración. Podía ser que te encontraras con el vecino o la vecina en la tienda de comestibles, pero el saludo era rápido, fugaz. Verlos en el balcón, aplaudiendo, certificaba una existencia más allá de la supervivencia.
Dos miradas
Al vacío, a las ocho
Como una alarma que despertaba también del letargo de jornadas sin forma, los aplausos ha sido más un rito cotidiano que una reverencia
Personas aplauden desde los balcones del Eixample, el pasado 30 de marzo. /
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