Otra primavera, la de 2013, un empresario norteamericano aterrizó en Barcelona para asistir a un congreso. Al rato de moverse por la ciudad, ya en el Paseo de Gracia, se preguntó, ¿cómo es que la gente está en las terrazas, de compras?. La España que pisaba era la de la crisis, que alcanzaría aquel mismo verano un 26,3 por ciento de paro. Con esos indicadores, el norteamericano solo se podía imaginar un horizonte a lo Mad Max, con contenedores ardiendo, protestas callejeras, delincuencia e inseguridad y mucha hambre. Si ante sí se ofrecía una ciudad amable era, en gran parte, por el boom de la economía sumergida. El paro daba unos datos, pero el trabajo en negro se había ido infiltrando en nuestra economía tras sucesivas explosiones de burbujas inmobiliarias y crisis del sistema bancario, década a década, hasta plantarse en aquel día primaveral de hace ya 7 años.
LA CLAVE
La vida en negro en la era del coronavirus
Las colas del hambre en nuestras ciudades nacen del paro y de las mil y una chapuzas en nuestra estructura laboral.
Cola de personas que esperan para recoger los alimentos que distribuye entre los más necesitados la organización Madrina en Madrid, el 28 de abril. /
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