ANÁLISIS

El coloso en llamas

El viruso puede dar un empujón a Joe Biden en las elecciones de noviembre

El presidente de EEUU, Donald Trump, en una comparecencia en la Casa Blanca. / ANNA MONEYMAKER (POLARIS)

¿Puede acabar este virus con el imperio Trump? No hay rincón en EEUU donde ya no afecte la epidemia. Con más de 20 millones de nuevos desempleados solo en el mes de abril y una tasa de paro que no se recuerda desde la Gran Depresión, la flema del presidente se desmorona.  Es incapaz de abatir a un virus al que no puede despedir, como a sus empleados díscolos, ni tampoco ignorar, como a los medios de comunicación. El coronavirus no entiende ni de patrias ni de Twitter y esos dos recursos que maneja golosamente para atrincherarse en el poder no le funcionan.  Lo ha intentado poniendo en práctica el manual de todo lo que sabe, que es mucho y va de la fanfarronería a la búsqueda de culpables apuntándose a memeces contrastadas como el consumo directo de lejía como vacuna. Pero en el mundo de las mentiras las verdades absolutas acaban desnudando: EEUU es el país que más muertes registra por la pandemia, el que más contagios tiene y el que presenta el peor pronóstico inmediato.

Donald Trump lo ha intentado todo y aunque es evidente que no es el responsable de que el virus haya conquistado el país que tanto ama, sí lo es en cambio de todas y cada una de las barbaridades que lo han llevado a conseguir su deseo de "América primero", pero en el sentido contrario. No sería lógico acusar al presidente americano de los errores que han repetido cada uno de los países occidentales donde causa estragos, desde Italia y España a Gran Bretaña o Francia. Nadie tenía un manual para hacer frente a una epidemia que pensábamos exclusiva de países pobres. La soberbia de Occidente es tremenda y cuando todos apuntaban a que este virus tendría efectos parecidos a una gripe, se nos olvidó una cosa importante y es que eso solo será así cuando tengamos una vacuna.

Efecto colateral

Salvado ese primer error compartido, Donald Trump no ha dejado de especular y aplicar el manual del desprecio y la arrogancia, lanzando teorías de la conspiración sobre el origen del virus, que incluyen a China, como si el enemigo fuera la potencia rival, que en vez de lanzar misiles, se hubiera entregado a crear un virus nuevo. Poco importa que la ciencia, hoy por hoy, sea incapaz de crear virus de la nada. De hecho, si China hubiera dado ese salto espectacular de conocimiento científico sin que nadie se enterara, lo de menos sería este virus, su amenaza sobre el resto del globo sería tan desproporcionada, que incluso EEUU pasaría a ser un país irrelevante y estaríamos todos a expensas y dominados por la voluntad de la dictadura amarilla.

Pero mientras el presidente sigue tirando de manual, el virus se expande sin importarle para nada cada uno de sus pasos. Más bien al contrario, EEUU arde mientras se acercan unas elecciones decisivas en noviembre. En condiciones normales, Joe Biden no es perfil para ganar Trump, le sobra elegancia y representa al poder de siempre, pero con el coloso en llamas, el virus puede darle un empujón. Un primer efecto colateral de la epidemia que nos vendría bien a todos.