Dos miradas

Asilo y muerte

La cara más oscuro de estos días sin misericordia

Un miembro de la oenegé Barcelona Open Arms anima a un anciano que vive en una residencia de Barcelona antes de su traslado a un hotel, el 17 de abril. / FERRAN NADEU

Sabemos detalles de la vida (¡de la muerte!) en las residencias de ancianos y el corazón se nos va encogiendo. Testimonios pavorosos que nos hablan del verdadero alcance de la tragedia. Es aquí donde el lenguaje -neutral, aséptico- se convierte en una rutina inflexible que contiene el germen del terror vivido. Cribado, elección, derivación, discriminación. Y otros, verbos que nos acercan a la inhumanidad: clasificar, separar, escoger, optar, decidirse. También ha pasado en los hospitales: hay médicos que me lo confirman. Este, no, porque es demasiado no sé qué; aquel otro tampoco, porque no tiene las condiciones requeridas. Y la desesperación, el llanto y la impotencia ante una situación que no puedes controlar, indefenso ante la avalancha, obligado a discernir entre la vida y la muerte.

Los que hemos vivido experiencias en una residencia, en un asilo (no perdamos de vista la palabra), podemos hablar de todo: de abnegaciones y sentimientos muy intensos, de dejadeces y tristezas profundas. Pero el asilo no es refugio y protección, sino antesala del final. Lenta y parsimoniosa, o rellena de detalles lúgubres, como ahora. La cara más oscura de estos días sin misericordia.