En un sueño de Einstein

Un mes de confinamiento, ya, y hemos pasado por tantos estados de ánimo

Un hombre camina por la Calle Preciados de Madrid, completamente vacía durante el confinamiento  / JOSE LUIS ROCA

Unn mes de confinamiento, ya, y cómo nos ha cambiado la percepción de las cosas. Como si viviéramos en un sueño de Albert Einstein, el tiempo y el espacio se han vuelto maleables. Algunos días pasan volando y en cambio hay horas que parecen espesas y de color blanco, como de leche condensada. Si vamos a comprar, la distancia hasta el supermercado es larga como una excursión a Andorra, y de repente somos cartógrafos de nuestro hogar: descubrimos rincones olvidados y declaramos nuevas fronteras individuales. Solo las noticias, cuando nos conectamos -algo que por higiene mental intentamos dilatar-, nos dan la medida de la realidad. Los contagiados y los recuperados, las terribles cifras de muertos, el agradecimiento a los que se desviven para salvarnos... Todo eso nos da sentido y nos hace olvidar que formamos parte de un experimento sociológico.

Un mes de confinamiento, ya, y hemos pasado por tantos estados de ánimo. La ansiedad de creer que el mundo se acaba, tal como lo entendíamos, o la rabia ante una gestión torpe y partidista de la crisis, se combinan con una esperanza de futuro, quién sabe si ilusa. El escritor Raül Garrigasait lo contaba así en Twitter: "Esa sensación de que todas las cosas que la retórica intelectual nos ha enseñado a despreciar -la democracia local, la agricultura, la comunidad, el sedentarismo, la familia- serán el centro del mundo que viene".

Un mes de confinamiento, ya, y esta hibernación en primavera me procura una atención intelectual más afilada, pero también más dispersa. Leo más, escucho más música, veo más películas, y a menudo un detalle me atrae con un impulso nuevo y me abre perspectivas, pero casi nunca se concreta en nada. Así es como he descubierto que el New York Times dedica una sección de sus Obituarios a los fallecidos por coronavirus. Estos días aparecían una estrella de los bailes de salón, un activista afroamericano de Nueva Orleans, un músico somalí, un humorista japonés o la viuda de Jacques Derrida. Este azar funesto de la muerte sabe mostrar el carácter errático de mis pensamientos.