Pocas imágenes tan desoladoras como las de la bendición urbi et orbi, para la ciudad y para el mundo, que el papa Francisco hizo el 27 de marzo. Las recoge la agencia Vatican News en poco más de un minuto y parecen fotogramas de una película de ciencia ficción, no por los efectos especiales, sino por la escenografía inquietante de la ceremonia.
El mensaje del Papa quiere ser esperanzador y transmite confianza en el Dios que protege, pero el paisaje es apocalíptico. Un hombre solo, cansado y que camina con dificultades, se enfrenta al panorama majestuoso de una plaza de San Pedro vacía. Llueve, los adoquines están lustrados, bruñidos por el agua y por el reflejo de los focos, que también iluminan el altar donde este hombre anciano se dirige a la nada. Al fondo, una Roma también desierta y primaveral.
Si algo tiene el Vaticano es que domina la 'mise-en-scène'. Hay un crucifijo del siglo XVI y un bellísimo y antiguo icono bizantino –la Virgen conocida como Salus Populi Romani, de Santa Maria Maggiore– a la que san Gregorio Magno, en el siglo VI, invocó contra una peste negra. Las epidemias retornan, también los ritos. Y una cierta belleza, en esta soledad escalofriante.