Extraño e inolvidable Pleno en el Congreso el de este miércoles, 25 de marzo de 2020. Por las formas: un reducidísimo número de diputados en el hemiciclo, hasta las tantas, mientras el resto votó desde casa y otros cuantos permanecieron en su hogar en cuarentena, cuando no en el hospital. El coronavirus asuela a una España frágil y semidesnuda y no perdona a los adjudicatarios de los escaños.
Y en el fondo, también sesión plenaria de máxima relevancia. Y dramática: se sometió a examen la prórroga del estado de alarma (decretarla es cosa del Gobierno. Ampliarla, del poder legislativo) y se puso la lupa en las medidas de urgencia que, a golpe de decreto, va adoptando el Ejecutivo central para intentar poner puertas a lo que, en estos momentos, parece un campo abierto.
Alarmados todos, casi en estado de excepción según palabras de Pablo Casado, al menos hasta después de Semana Santa, todos seguimos la actualidad y los contadores oficiales con escalofríos. Cruzamos los dedos y soñamos con la aparición de respiradores de debajo de las piedras para multiplicar una esperanza que ansiamos, pero que a ratos de entendible y humano desánimo, se nos resiste.
Una heroicidad injusta
Cuidamos a nuestros enfermos e hijos mientras teletrabajamos la mayoría, hasta donde nos es posible, y aplaudimos a las ocho de la tarde para homenajear a todos aquellos que, por desgracia, ejercen injustamente de héroes. No de profesionales, sino de héroes, porque intentan salvarnos la vida arriesgando la suya sin la protección necesaria. O patrullan las calles, o cuidan a nuestros mayores, o empaquetan nuestra comida, o dispensan nuestros medicamentos.
O hacen su jornada en su lugar habitual de trabajo, pese a la falta de máscaras o guantes suficientes, por pertenecer a un sector que, actualmente, se considera imprescindible. O le dan el último adios, por imperativo legal pero con máximo respeto y sin zafarse de su responsabilidad a los nuestros, a aquellos de los que no podemos despedirnos y lloramos en una dolorosísima distancia decretada e imprescindible para evitar el contagio.
Contra las cuerdas
De todo eso, de alguna u otra forma, se habló este miércoles en el Parlamento con cara de circunstancias. Pedro Sánchez pidió unidad nacional para ganar tiempo al tiempo. Para vencer a un virus que nos lleva al límite y amenaza con mantener al país, al continente y al mundo contra las cuerdas una buena temporada. Desde la oposición, Pablo Casado le dió el apoyo solicitado para ampliar el estado de alarma y le recriminó, sin grandes excesos, una lenta capacidad de reacción de costes sanitarios, sociales y económicos elevados, según sus conclusiones. Avisó que ya le pasará cuentas por ello pero, por ahora, le instó a no defraudar a los españoles que están en sus manos.
El jefe del Ejecutivo se comprometió a estudiar las propuestas, numerosas, que los grupos le han hecho llegar. Algunas bastante razonables, según el propio Sánchez. Buena actitud. Porque pintan bastos y se necesitan cientos de cerebros buscando soluciones de urgencia. Hoy urgen respiradores, pero también medidas acertadas que frenen una ruina global y nos permitan respirar cuando la pesadilla termine.