La hoguera

Dos mil locos: el regreso de 091

091.

Yo he nacido en la época equivocada. Oz me puso un corazón, un cerebro y unos oídos de viejo. Para cuando pude ir a conciertos ya era demasiado tarde. Mercury estaba muerto y Cobain también. De Lennon, Joplin y Hendrix quedaba polvo sobre los discos. Los Kiss y los Stranglers sonaban a dólar, Oldfield se había vuelto loco en Ibiza y, cuando anunciaron que Led Zeppelin se reunía, un globo aerostático redondo flotó sobre el escenario y se puso a buscar la cartera entre los bolsillos de los fans. Pude disfrutar de Extremoduro, Rosendo y los Suaves, pero escuchaba en casa el último concierto de los Cero y me preguntaba, oyendo bramar al público, quiénes podían ser los privilegiados habían estado ahí.

Me quedaba José Ignacio Lapido, guitarrista y letrista de los Cero. En sus conciertos conocí a gente mayor que venía con sus hijos pequeños. Me trataban como a un sobrino desconocido y me contaron cómo fue la última gira y cómo han peleado después de la disolución para darlos a conocer. Todos los adictos a los Cero tenemos en común la predisposición al apostolado. ¿No los conoces? ¡Escucha esto, presta atención!

Hace nada anunciaron que volvían a tocar. Hay chicos de mi edad que los persiguieron por todo el mapa de España para no perderse un concierto, como quien vuelve a cerrar los ojos porque el sueño que ha interrumpido el despertador era demasiado glorioso. Aquella gira, 'Maniobra de resurrección', hubiera podido ser un karaoke para carrozas pero demostró lo contrario: que los 091 se rindieron antes de tiempo en los noventa y tienen muchos kilómetros por recorrer. Ahora un nuevo disco, 'La otra vida', y una nueva gira. La misma disposición a la lucidez y la melancolía de siempre.

La semana pasada, en el Apolo, dos mil locos estábamos delante del escenario para preguntarles qué fue del siglo XX. Me llevé conmigo a un amigo que no los había oído nunca y salió de allí empapado, como si al cruzar el río Jordán hubiera aparecido en lo alto del Sacromonte.

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Sala Apolo