análisis

Los pronósticos de Pitoniso Pito

Las primarias de Nuevo Hampshire del martes han arrojado bastante luz en los momentos preliminares de la nominación del candidato del Partido Demócrata para la Casa Blanca que se dilucidará en julio

El candidato  Bernie Sanders  en Manchester, Nueva Hampshire.

Después de que el caos se apoderara de la aritmética en los caucus demócratas de Iowa la semana pasada, las primarias de Nuevo Hampshire del martes han arrojado bastante luz en los momentos preliminares de la nominación del candidato del Partido Demócrata para la Casa Blanca que se dilucidará en julio. Mr. Anti-Establishment, es decir, Bernie Sanders, el “socialista democrático” como le gusta definirse, va en cabeza sin que sus 78 años y un infarto el pasado mes de octubre frenaran a los votantes que le dieron el 25,7% de las papeletas, seguido por el moderado Pete Buttigieg.

Lo de Nuevo Hampshire es solo el principio. El senador por Vermont tiene una agenda muy clara: sanidad pública para todos, más impuestos para las grandes fortunas y subida del salario mínimo. Nada que a estas orillas del Atlántico horrorice, pero que sí lo hace en Estados Unidos donde muchos ven en el programa de Sanders un billete para un infierno comunista en versión sombrero 'stetson' y con hamburguesas y crujiente de manzana de racionamiento.

Durante la campaña del 2016 Sanders consiguió ilusionar a un amplio sector de la juventud. No fue suficiente para ganarle la partida a Hillary Clinton, pero aquel entusiasmo se tradujo en la llegada a Washington de una nueva generación de congresistas. Una de ellas, Alexandria Ocasio-Cortez, de 30 años, hacía de telonera de Sanders en Nueva Hampshire dibujando una comunidad de intereses entre generaciones y entre personas de origen muy distinto. Aún así, al partido le sigue costando recuperarse de la victoria del republicano Donald Trump hace cuatro años. Por ello Sanders, sin renunciar a su ideario, debe reflejar las distintas almas demócratas para alzarse victorioso.

Colecciones de datos

Más allá del análisis político, las elecciones presidenciales estadounidenses que se prolongan durante nueve meses, producen, al igual que el mundo de los deportes --no es casual que se hable de carrera electoral--, unas inacabables colecciones de datos. Siempre hay un referente, un antecedente, una curiosidad o unas estadísticas sobre las que elaborar unos pronósticos. Como hacía Pitoniso Pito con el fútbol. Por ejemplo, ningún candidato demócrata ha ganado la nominación del partido sin haber acabado primero o segundo en Iowa o Nueva  Hampshire. Y otro. En 1972, el candidato más izquierdista en la historia del Partido Demócrata, George McGovern, perdió las elecciones ante un todavía muy popular Richard Nixon, el presidente republicano que se presentaba a la reelección.

Los próximos caucus, en Nevada el 22 de febrero, adelgazarán la lista de aspirantes demócratas. Quedarán menos, pero con mayores posibilidades. Solo que a lo mejor toda la batería de datos históricos servirán de poco cuando Michael Bloomberg irrumpa, como está anunciado, con todos  sus millones que son una barbaridad, en las primarias a partir del súper martes el 3 de marzo. Y no debe haber mucha estadística de un demócrata que se convierte en alcalde de Nueva York como republicano, para volver a declararse demócrata y aspirar a la presidencia por este partido.