Niñas prostituidas. Niños buscando refugio en una bolsa de cola. Vidas marcadas por una intemperie que huele a desolación. Ellas, con su piel robada. Ellos, con la rabia pegada a su mirada. Y un futuro cada día más ajado. Convertidos en desgarros sus sueños, el terror del viaje, la euforia de la llegada, la impaciencia del deambular… ¿Y ya está? ¿Nos conformamos? ¿Seguimos tratando de retenerles en centros saturados y la cuenta atrás de los 18 años? ¿Seguimos alimentando una bomba de relojería que estallará en sus vidas y, también, en las nuestras? ¿Queremos ser cómplices de las redes de prostitución y mafia? ¿Seguimos entregando carnaza a la ultraderecha?
Una oenegé catalana ha logrado emplear a 30 jóvenes migrantes. Elisenda Colell informa en EL PERIÓDICO de un innovador proyecto que ha conseguido aunar el deseo de los jóvenes de trabajar (a eso vinieron, no a delinquir), las necesidades de empresas y la resolución de una complicada burocracia que solo busca desalentar a los migrantes. Ese es el único camino a seguir. El que debería asumir una administración pública que velara por el bienestar de todos.