ANÁLISIS

El corazón dividido de Inglaterra

Nadie escarmienta en camisa ajena, pero me gustaría que, por una vez, los españoles aprendieran en camisa británica

Buena parte del Reino Unido nunca se sintió a gusto en la Unión Europea y siempre han estado buscando excepciones

El mensaje ’Aún amamos a la UE’ aparece proyectado en los acantilados de Ramsgate, en el sur de Inglaterra. / BEN STANSALL (AFP)

Somos tan orgullosamente racionales, gracias al parloteo, a las palabras que nuestros padres y nuestra herencia cultural nos pusieron en la punta de la lengua, que pensamos que todos y cada uno de los vecinos y votantes de este barrio llamado mundo estamos llamados a entender y a entendernos. Y porque somos seres racionales, algunos, acaso los más preclaros (o suicidas), han urdido someter a la sabiduría popular nuestro futuro para ser más felices, para tener una vida más épica, más democrática, más plena. Como si todos pudiéramos ser suizos. Los suizos someten todo a referéndum y de ahí sacan nuevas disposiciones para la vida que les permiten seguir siendo suizos sin desquiciarse. Al menos a simple vista. Pero ni los españoles ni los británicos somos suizos. Ni queremos serlo.

Nadie escarmienta en camisa ajena, diría Sancho Panza. Pero a mí me gustaría que, por una vez, los españoles (y cuando digo españoles digo catalanes como si fueran sinónimos) aprendieran en camisa británica. Buena parte del Reino Unido nunca se sintió a gusto en la Unión Europea. Siempre buscaban excepciones. Y para salir de un atolladero autoinducido, uno de esos visionarios llamado David Cameron convocó un referéndum para determinar si sus compatriotas querían subirse al gran ganso del 'brexit' y decir adiós al continente, que volvería a estar aislado. Para cebar ese ganso se contaron tantas mentiras que una muchedumbre racional compró, emocionada, la mercancía.

La incógnita

¿Cómo será el Reino Unido que ha labrado a su medida un líder tan carismático, imprevisible, divertido y falsario como Boris Johnson, uno de los adalides de ese 'brexit' que el 23 de junio del 2016 logró dividir sucintamente a lasociedad británica entre 17,4 millones partidarios del adiós y 16,1 millones del quedarse? ¿Sueñan los británicos con felices ovejas eléctricas, cuando, como recuerda Charles Powell, director del Instituto Elcano, el maltrecho Reino Unido vende a la Unión Europea el 46% de sus bienes y servicios, mientras le compra a la asendereada Unión el 54% de sus importaciones?

Los intelectuales aseados desdeñan a los adultos que siguen leyendo novelas, pero me parece que pocas tan lúcidas como la que ha escrito Jonathan Coe para mostrar la desgarrada moqueta británica. En 'El corazón de Inglaterra' (Anagrama) hay más que una honda lectura, tan irónica como compasiva, de en qué se ha convertido el Reino Unido (en qué estamos los bípedos implumes y racionales convirtiendo el mundo). El descubrimiento de la “Inglaterra profunda” que destapó la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres, o un debate en una carnicería sobre la Organización Mundial del Comercio y los aranceles, son apenas dos de las epifanías de este libro sobre la realidad: cómo una gran fantasía popular cebada por narcisos visionarios, que transforman la verdad en alpiste para buitres, ha calado.

Un artefacto político con el que vamos a tener que lidiar (desde Gibraltar a Escocia, desde las Malvinas y sus aguas hasta Irlanda del Norte) a partir de ahora. La historia haciéndose añicos ante nuestros ojos. Perplejos.