Dos miradas

Genuflexión

Entrar en el juego del agravio que las derechas dedican a la izquierda solo lamina el orgullo

Pablo Iglesias, a su llegada a la Moncloa. / PIERRE-PHILIPPE MARCOU / AFP

Hipocresía por encima de todo, la marca de las llamadas ‘casas bien’. Esas en las que ocurren cosas tan buenas y tan malas como en todas, pero siempre gozan de una impecable apariencia. Roba, pero que no se note. Extorsiona a los socios, paga sueldos de miseria, subcontrata empresas de esclavos, pero sonríe y arruga la nariz ante todo lo ordinario. Es tan, tan soez la vulgaridad.

Lo peor es la admiración. Y esa suerte de genuflexión que tan a menudo se dedica a los que miran por encima del hombro. Entonces, se cae en la trampa del subordinado. Y se acaba hablando de los vaqueros de un vicepresidente, de los peinados de unas ministras o de los líos con un iPad de un astronauta metido en política. En las ‘casas normalitas que apenas llegan a final de mes’, muchos se morirían de vergüenza si alguno de los suyos hubiera robado a manos llenas, pero, ya se sabe, el sonrojo va por barrios. Y los aires de superioridad. Entrar en el juego del agravio que las derechas dedican a la izquierda solo lamina el orgullo. Nuestra democracia necesita dosis extras de dignidad, y esa no se encuentra en las hebras de una prenda.