En el discurso triunfalista que Pedro Sánchez dio en la Asamblea General de Naciones Unidas se ocultaba, por poco que nos fijemos en los detalles, una amargura enorme. Dijo que con el traslado de la momia de Franco se redondeaba "simbólicamente el círculo democrático" y se cerraba "un capítulo oscuro de nuestra historia". Y se felicitaba, porque la exhumación era "una gran victoria de la democracia española". No niego la principal, que levantar la pesada losa del dictador y sepultar los restos en un cementerio cualquiera es una exigencia éticamente incuestionable, una necesidad perentoria, ineludible. Pero "la gran victoria" llega 44 años después de la solemne inhumación, más de cuatro décadas en las que el fascismo ha disfrutado de la impunidad en forma de monumento. Que se haya tardado tanto tiempo en limpiar, en no tener infames memorias custodiadas y veneradas, es un descrédito, una anormalidad hiriente. Y la "victoria", hay que decirlo, es, además, raquítica, porque el Valle de los Caídos sigue siendo un mausoleo del horror, con los restos de los perdedores en cajas indignas, amontonadas, húmedas y podridas. El "capítulo oscuro" no está cerrado.
Dos miradas
Capítulo oscuro
La exhumación de Franco es una exigencia éticamente incuestionable, pero, pese a las palabras de Pedro Sánchez, se trata de una victoria raquítica
El Valle de los Caídos. /
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