Análisis

¿Y si el Liceu se quemase hoy?

Una vez tuvimos un país capaz dereconstruir el Liceu en cinco años

Panorámica del Gran Teatre del Liceu / ALBERT BERTRAN

El Gran Teatre del LIceu tuvo la gran suerte de arder en 1994. No es que fuesen años de abundancia, pero la crisis del 93 encaró pronto el camino de la recuperación y la financiación pública se pudo asegurar con relativa facilidad. Más, seguro, que en estos tiempos de recortes consolidados, presupuestos prorrogados y ‘conselleres’ de Cultura que lanzan campañas en Twitter pidiendo más recursos para la cultura con un 'hashtag' dirigido no se sabe si a sí misma. También la colaboración institucional fue posible en unas condiciones hoy inimaginables.

Puestos a imaginar, ¿qué habría sucedido si el edificio hubiese sufrido aquel incendio en nuestros días?

ara empezar por lo más frívolo: mensajes de whatsapp citando fuentes fiables y tuits sospechando de agentes del CNI disfrazados de soldadores pirómanos (quien hizo correr que los buzos de la Guardia Civil hundieron una bomba de la guerra en la Barceloneta para poderla encontrar o dejaron que se cometiese una masacre en las Ramblas puede con eso, y más). O columnistas castizos apuntando a un Comando Santiago Salvador en el seno de los CDR. Y reclamando que si se tiene que reconstruir el teatro, «que se lo paguen ellos». O una de esas portadas con un Torra en claroscuro, rodeado de llamas y con un titular preguntando (guiño, guiño) quién 'apretó' el soplete.

Aunque las redes no solo son un instrumento político. Esta vez a lo mejor estaríamos viendo el vídeo viral del momento en que prendía el fuego, con un lampista (risas) murmurando «la he liado parda» o «se va a haber un follón...»

La ejemplar reacción cívica se podría dar por descontada. Un concierto en la Rambla con gesto digno e indignado. Quizá una cadena humana desde el lugar de los hechos hasta la delegación del gobierno, con camisetas de algún color. Por qué no verde jardín o amarillo bombero, una gran manguera de dignidad para apagar fuegos y señalar manos negras. O una campaña para construir Liceu con el muy efectivo gesto de ponerse un casco amarillo. O, visto el torpe dominio de las connotaciones de determinadas escenografías por parte de algunos, qué mejor que una marcha con antorchas.

Otra cosa sería ponerse manos a la obra para la reconstrucción. Para habilitar las partidas necesarias... Bueno, con cuentas prorrogadas y Gobierno interino a lo mejor la abogacía del Estado tendría que encontrar un atajo. Cuando llegase el momento oportuno. O no. Y seguro que habría una reunión de alto nivel presidida por la mayor lealtad institucional. En el país donde se llegó a convertir hasta el acto de duelo por las muertos de la Rambla en una encerrona, sí.

Aunque algo hemos ganado. La nostalgia es mala. El debate sobre el uso de tantos recursos públicos, en una ciudad en plena emergencia habitacional, o si era necesaria una reproducción mimética o no, esta vez sí se habría producido. Lo del debate en lugar de la unanimidad nunca está mal. Aunque quizá hubiese acabado siendo otro, simbólico pero esencial : seguir sin palco real, con palco real o con muy honorable palco presidencial.

Pero dejemos de historia alternativa, y vayamos al grano. Una vez tuvimos un país capaz de reconstruir el Liceu en cinco años. Hoy, ya no.

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