Viajar leyendo

Papel

Si vas en família, cuando tu pareja o descendencia se pongan tontos, refúgiate sin pecado en tus amistades y amores de papel

El verano es el momento perfecto para leer libros de viajes.

Ocupan poco espacio en la maleta -el de un traje de baño- y no precisan  pilas, cargador ni cobertura. Se pueden consumir al alba, a pleno sol, a la caída de la tarde o en noche cerrada con ayuda de una chispa de electricidad o fuego si la Luna no está llena. Al terminar la sesión no hay que desconectar ningún dispositivo, basta con una mínima papiroplexia en el ángulo superior.

No hace falta asegurarlos: si caen al suelo no se rompe ningún cristal ni mecanismo; si van al fondo del mar, sin boca a boca y con un rato al sol se recuperan, hechos olas. Puedes incluso usarlos de visera o gorra  si el mismo sol o  la tempestad  arrecian; si son prestados podrás argumentar ante la riña que los devuelves mejores, más vividos, más viajados. 

Con ellos el destino que escojas, ya quede en la otra parte del mundo o a la vuelta de la esquina, no influye en el precio, y por el mismo dinero puedes escoger irte de vacaciones con un/a  crack o un/a mindundi. Un consejo: antes de comprar o pedir prestado, mira la foto de la autora o autor: si no te apeteciese cenar con ella o él, no te los lleves contigo.

Viajar en el tiempo

Si el propósito de tus vacaciones es conocer gente, podrás compartir horas con las personas más notables que el paso del tiempo ha ido consagrando, así como con jóvenes criaturas recién salidas de la cáscara que conviven con nosotros. Sí, podrás viajar en el tiempo y enamorarte de unas y otras, pero no las pidas en matrimonio, sino en régimen abierto: son de todos y todas. Si vas en família, cuando tu pareja o descendencia se pongan tontos, refúgiate sin pecado en tus amistades y amores de papel.

Y a la vuelta de tus dos viajes, el pisado y el leído, puedes quemarlos -como Hitler o Carvalho-, para que nunca más sean de nadie, regalarlos o devolverlos, pero nunca, nunca, apilarlos junto a otros porque, como las viejas fotos, también amarillean y podrían llevarse con ellos los colores del verano. “Como libros leídos han pasado los años...”, acertaba Gil de Biedma.