El futuro del teatro público catalán

El nuevo Lliure pide a gritos un nuevo TNC

El cambio generacional, femenino y plural que impulsa Juan Carlos Martel debería ir acompañado de un apoyo decidido en el otro gran teatro público a nuestra dramaturgia contemporánea

teatro / MONRA

Juan Carlos Martel, el nuevo director del Teatre Lliure, presentó una programación que cambia las normas de lo que venía siendo el teatro público en Catalunya: no hay clásicos, no hay actores ni actrices consagrados, ni creadores de larga trayectoria. Lo que hay son artistas jóvenes, sobre todo compañías, tanto de fuera como de aquí y también mucho riesgo. Hay que remarcar el interés por acercar al público joven al teatro, que es una de las tareas fundamentales que tiene que hacer el teatro público. Sobre todo, teniendo en cuenta que la media de edad de nuestras plateas es cada vez más elevada.

Durante muchos años las programaciones del Lliure y del TNC parecían gemelas. En ambos teatros se podían ver clásicos protagonizados por grandes actores y grandes directores. También los había escritos por autores internacionales vivos, pero solo de vez en cuando. Y la presencia de la dramaturgia contemporánea catalana era, siendo generosos, esporádica.

La nueva programación del Lliure se ha apartado de esta línea de espectáculos intercambiables, sin embargo, no se ha librado de una de las características de la 'era Pascual': de momento, no parece que tenga demasiado interés en el teatro de texto.

Espacios de precariedad y alternativos

De hecho, la situación del autor catalán contemporáneo en Catalunya es, como mínimo, preocupante. Si hace años parecía que la ola de dramaturgia era imparable, ahora estamos estancados. Mi generación no ha podido consolidarse y los dramaturgos jóvenes (de entre 20 y 40 años) no han podido sacar la cabeza exceptuando espacios de precariedad y alternativos. Ya hace varios años que parece que el interés de los teatros de Barcelona por la dramaturgia catalana contemporánea no va en aumento, sino todo lo contrario.

Madrid hace ya varias temporadas que nos pasa la mano por la cara en este sentido. Es un hecho que los autores catalanes estrenamos más allí que aquí y no es casual que los últimos éxitos comerciales de la cartelera madrileña sean, curiosamente, de autores catalanes: Jordi Galceran, Jordi Vallejo, Jordi Casanovas o Guillem Clua han reventado taquillas.

Aparte de eso, Madrid está haciendo los deberes con sus propios dramaturgos. Hace 10 años la presencia de autores españoles contemporáneos en la cartelera era poco frecuente y ahora, en cambio, todos los teatros (públicos, privados y alternativos) los programan con regularidad. Nombres como Alberto Conejero, Pablo Messiez, Antonio Rojano, Lucía Carballal, Denise Despeyroux, Pilar G. Almansa y muchos más firman espectáculos en teatros públicos (Centro Dramático Nacional, Teatro Español, Teatros del Canal, Teatro de la Zarzuela, Teatro de la Comedia ...) y también son garantía de  éxitos de taquilla en los privados. La industria madrileña ha entendido que los autores son un valor indiscutible, de presente y de futuro, y actúa en consecuencia.

El reto de la nueva dirección del TNC

Mientras Madrid vivía este cambio de paradigma en cuanto a la autoría contemporánea, el TNC ha promocionado un número muy limitado de autores y todos de una estética muy determinada. Xavier Albertí, sin embargo, ha hecho una labor excelente respecto a la publicación de textos. Se han publicado volúmenes con las obras completas de Josep Maria Miró, Josep Maria Benet, Victoria Szpunberg o de mi caso, y se publicarán muchos más. Pese a algunas pequeñas victorias, es evidente que la situación de la dramaturgia catalana contemporánea en nuestro país dista mucho de ser óptima.

La nueva dirección del TNC (Albertí tiene contrato hasta la temporada 2020-21) deberá ponerse las pilas y programar mirando de reojo la del nuevo Lliure, aprendiendo de sus aciertos, pero evitando caer en la tentación de volver a hacer una programación intercambiable. El TNC deberá definirse de nuevo, preguntarse qué función debe cumplir para el país y aportar lo que no aportan los demás. Una de las máximas prioridades de un teatro como el TNC, un teatro público de un país sin Estado, debería ser preservar, fomentar y ampliar el patrimonio cultural de sus autores dramáticos de manera extensiva y no limitada como hasta ahora. Y no estamos hablando de un patrimonio cualquiera. El teatro catalán contemporáneo tiene un valor excepcional en el resto del mundo, donde se hacen estudios sobre la dramaturgia catalana actual, y nuestros autores estrenan internacionalmente y con éxito.

Los tiempos han cambiado, y con ellos, el público también. El Lliure lo ha entendido y ha sacudido el teatro de arriba a abajo, con un cambio generacional, femenino y plural. Es una gran noticia que tengamos un nuevo Teatre Lliure. Ahora, sin embargo, si queremos que nuestra dramaturgia sea referencia en todo el mundo, también será necesario un nuevo TNC.