Cuando acabemos de contarnos y recontarnos en las urnas, debería llegar el momento de abordar con profundidad los dos grandes retos ideológicos a los que se enfrenta España: el independentismo catalán y la pujanza de la ultraderecha.
El independentismo se autolesionó gravemente el otoño del 17. Desde entonces, el discurso se deshilachó y la unidad se rompió. Pero la realidad es tozuda: hay dos millones de catalanes que ya no contemplan a España como su país. Abordar ese sentimiento desde el simple desprecio y la contención, no solo lo consolida, sino que agrieta cada vez más la convivencia en Catalunya. Con el independentismo se puede y se debe hablar y pactar. Pero, sobre todo, lo que hay que ofrecer a los ciudadanos es una propuesta sólida, viable y atractiva para permanecer en España. Si hay algo que los independentistas han comprobado dolorosamente es que los atajos fuera de la ley no funcionan, pero solo la ley no sirve. La izquierda tiene el deber de desarrollar y proponer ese planteamiento de país. Para empezar, puede revisar su compromiso con el federalismo.
Vox ha conseguido 24 escaños en el Congreso. El número sonó a alivio tras unos presagios más sombríos, pero basta observar a Europa para saber que la ultraderecha ha llegado para quedarse. Lejos de juguetear con ella, la derecha tiene la obligación de desarrollar un discurso responsable que sirva de cortafuegos democrático.