La crispación política

Me dan pena

El argumentario y la persuasión han de ser las armas principales de un buen político. Una cosa es abochornar de una manera elegante y otra es el burdo insulto que se utiliza

Pablo Casado, el viernes, en rueda de prensa tras conocerse la fecha de las elecciones. / DAVID CASTRO

Si bien los políticos en su esencia son una extensión de la ciudadanía que los vota, también en teoría, deben ser un ejemplo de educación y comportamiento porque muchos se reflejan en su proceder y en sus palabras. Ya desde hace unos años la política se ha ido embruteciendo; la elegancia y la educación entre políticos se ha ido malogrando hasta tal extremo que se acepta como normal algo que en realidad es una inaceptable anomalía: el insulto. Desde aquel “A la mierda, joder” del fallecido Labordeta hasta los interminables insultos que se profieren hoy dentro y fuera del Congreso de los Diputados, han pasado unos cuantos años en los que en España se ha ido tensando la crispación política.

Ahora a Albert Rivera no le importa llamarle “capullo” o “gilipollas” a Pablo Iglesias, como no les importa a los republicanos catalanes llamar “fascistas” a la derecha y esta responderles con la calificación de “golpistas”. “Imbécil” y “canalla” fue lo más bonito que oyó Joan Coscubiela en el Congreso cuando se debatía el 'caso Bárcenas' y ahora hemos llegado a la cima del insulto por acumulación. El traidor, felón, ridículo, desleal, ególatra, incapaz, mediocre e incompetente de Casado a Pedro Sánchez ha alcanzado la cima y la desproporción de lo que debe esperarse entre quienes, si bien son oponentes por tener ideas dispares, deberían ser cívicas y educadas por estar representando a muchas personas que sin duda no aprobamos ese lenguaje. El argumentario y la persuasión han de ser las armas principales de un buen político. Una cosa es abochornar de una manera elegante y otra es el burdo insulto que se utiliza.

Y si no miren: payaso, fascista, caradura, homófobo, mamarracho, demagogo, mafioso, mierdas, infecto, gánster, gilipollas, palmera, imbécil, mezquino o miserable… Todos son ofensas que se han oído entre las cuatro paredes del Congreso. ¿No sería mejor tirar de la fina ironía, de la dialéctica incisiva y disimulada, del argumento rico en razones y vacío de agravios? Hoy, entre todos, han conseguido bajar el listón hasta su entierro. Me dan mucha pena.