Dos miradas

Al fin, la internacionalización

El conflicto del taxi es una muestra del inmenso magma de descontento que se extiende por los márgenes del radiante mundo que la globalización y la revolución tecnológica está diseñando

Taxistas en huelga en la Gran Via, este viernes. / FERRAN NADEU

Por una internacionalización que se consigue en nuestras tierras y Quim Torra se la pierde viajando, cómo no, a Bruselas. Mientras los taxistas demuestran que las calles son del que grita más fuerte (ellos también son el pueblo) y tejen alianzas con los chalecos amarillos franceses para bloquear La Jonquera, Torra y Puigdemont se esfuerzan en seguir manteniendo vivo el ‘procés’. Retórica y gesticulación, ya no queda mucho más. Pero la realidad es que el conflicto del taxi es una muestra de un proceso que sí marcará nuestras vidas. Un inmenso magma de descontento que se extiende por los márgenes del radiante mundo que la globalización y la revolución tecnológica está diseñando.

El gremio del taxi no son los 'chalecos amarillos' franceses, ese mundo rural en pie de guerra, tampoco es la gran bolsa de voto de Trump, víctimas de la desindustrialización, pero también se inscriben en la enorme lista de la agonía de lo viejo frente a la incertidumbre de algo nuevo que, por ahora, se rige por unas normas de juego que enriquece a pocos y empobrece a muchos. Los ninguneados claman por su presente y su futuro. Lo suyo no son lamentos cicateros de privilegiados. Ellos no tienen quién les escriba ni nadie que les venda con emotivas y efectistas campañas propagandísticas. No van de farol y enseñan todas las cartas, porque se lo juegan todo. No tienen toda la razón, pero sus razones son las de muchos. Quizá, la de casi todos.

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