Luis Rubiales dejó caer el martes en una entrevista en La Ser que la Federación está estudiando seriamente dar cabida en la próxima edición de la Copa del Rey a equipos de Preferente, ampliando de este modo la presencia del fútbol no profesional español en su torneo de eliminatorias por excelencia. Es una magnífica noticia y lo será más cuando se confirme de manera oficial. Ojalá sea sólo un primer paso en una reforma que nos acerque a los formatos inglés y francés, en cuyas competiciones pueden participar todos los clubes federados del país independientemente de la categoría en la que jueguen.
Prolegómenos del Clásico en el Camp Nou /
Y es un anuncio positivo porque significa que el ente federativo camina hacia la recuperación de las esencias de los torneos coperos, aquellas que se asemejan a las de las fiestas de pueblo y que ponen su énfasis en la convivencia entre lo amateur y lo profesional, en la unión de lo rico y lo pobre, en crear un plano excepcional en el que compartan un espacio de tiempo de ocio cuerpos acostumbrados a moverse en ambientes casi opuestos. Y porque vincula de nuevo al fútbol con el territorio. Y ésta no es una cuestión menor.
En el mundo de hoy, en el que los grandes clubes viven obsesionados con reforzar su marca global y potenciar su dimensión universal, abundan los aficionados que aman a equipos en cuyos estadios no han estado jamás y que desconocen en qué bares cercanos se queda con los amigos para hacer la previa del partido tomando algo. No tengo nada en contra de ello: cada uno se aficiona a lo que quiere y se distrae como puede. Ahora bien: es evidente que no disfrutan de la experiencia completa y que se quedan a medio camino de lo que históricamente se ha definido como “ir al fútbol”.
Puede que esos hinchas ni sepan situar en el mapa la ciudad de su club. Y eso, lo de ayudarnos a aprender geografía, es una de las virtudes y de los alicientes del fútbol de siempre. Una Copa con equipos de Preferente -y de Regional en el futuro, ¡ojalá!- nos permitiría hablar de equipos que nunca salen en los medios y llevar cámaras de televisión a viejos campos que nos harán descubrir comarcas desconocidas.
Y probar bocadillos como los de antes, con huevos fritos hechos en la sartén de una cocina de las de siempre y no 'frankfurts' prefabricados y casi plastificados. Y justificará la existencia, la devoción y el compromiso de los miles de utileros, encargados de material, conserjes, empleados de la cafetería, entrenadores de fútbol base a tiempo parcial y vecinos curiosos que pasan las tardes viendo entrenamientos y saboreando cafés con leche… que mantienen vivo el fútbol más grande, el que ocupa a más gente de manera activa, el más real porque es el que se ve, se anda y se toca. Ellos, y por encima de todos los que lo juegan, merecen más que nadie soñar con su día en el mundo, y sus derechos deben pasar por encima de las opiniones elitistas de los que lo observan desde la distancia y reivindican que “las competiciones las tienen que jugar los mejores”.
El fútbol es de todos, pero sobre todo es de los que lo hacen.