El verano pasado me encontré con un viejo amigo que vive en Argentona. Cuando yo era joven pasaba allí los veranos. Mi padre cogía el tren de Barcelona a Mataró, y en Mataró un tranvía que lo dejaba en la plaza de Ballot, donde mi abuelo tenía una casa.
Yo ponía la oreja pegada a un poste de electricidad para averiguar si ya vibraba, y si era así quería decir que el tranvía se acercaba, con lo que mi padre estaba a punto de llegar. Había dos tranvías, creo recordar, y los niños jugábamos a apostar: será el rojo, o el azul... ¡Qué años de inocencia, de simplicidad!
Entonces estaba de moda colocar tapas metálicas de botellas de cervezas, de naranjadas de diversas marcas y dibujos, sobre uno de los raíles y esperar a que pasara el tranvía. Luego recogíamos las tapas aplastadas que se convertían en medallas o decoraciones. Ahora pienso en tantas ilusiones, tanta inocencia de entonces; alguien quizá diría que eran fruto del crecimiento. Después llegaría el tiempo de las renuncias y el agobio.
Valle-Inclán dijo que el verano era la estación de la felicidad. ¿Se puede concretar por qué? Reconozco que ignoro el origen de la palabra 'verano' y de otra tan bonita como 'estival'. Y lo más chocante, para mí, es el verbo 'veranear'. Una palabra que hace pensar en otras palabras que no son muy distinguidas, como trampear o golpear, pero también otras bonitas, presidida por "festejar".
Hay una expresión popular catalana muy significativa: "A l'estiu, tota cuca viu". Esto puede ser verdad para algunas bichos, pero los humanos no obedecen a las sentencias. La muerte de los jóvenes, tan vitales, tan esperanzados es una aberración de la naturaleza.