Dos miradas

Negro carbón

En manos de la demogia puede ser demoledor el argumento de que los 'chalecos amarillos' protestan en parte porque tienen que pagar para no contaminar

El ministro polaco de Medio Ambiente y presidente de la cumbre, Mychal Kutyka, da un salto tras sellarse el acuerdo en Katowice. / KACPER PEMPEL (REUTERS)

¿Qué podía salir mal si la cumbre sobre el clima estaba patrocinada por las empresas de carbón del país que trafica más con carbón de toda Europaempresas de carbón? Es decir: como si el encuentro anual por los derechos humanos estuviera financiado -los estands, los canapés, las banderolas, azafatos y azafatas- por una empresa de cámaras de tortura. O si un congreso de veganos tuviera el apoyo de Cárnicas Asociadas. Es decir, la cumbre de Katowice acabó como el rosario de la auroraKatowice, que es una manera simpática de decir que terminó como siempre. Debates y correrías hasta el último momento, escenas habituales de negociadores con cara de no haber dormido para poder firmar un acuerdo 'in extremis', una cita para la próxima cumbre ("¿Nos vemos en Chile, OK?"), y la cara complaciente de quien le cuelga del pelo el mal ajeno, empeñados, unos cuantos, los más poderosos, en negar que la catástrofe está cerca, tan cerca que quizá ya no estemos a tiempo de nada, eso sí, mientras vamos negociando y corriendo y poniendo cara de no haber dormido, de tanto correr y negociar para llegar a los mínimos efectivos y los máximos retóricos.

Surge, sin embargo, un problema con una fuerza emergente. La revuelta en Francia de los 'gillets jaunes' es, en parte, un rechazo a la factura que los trabajadores europeos tienen que pagar para no contaminar. Es un argumento que, en manos de la demagogia que impera, puede ser demoledor. Las consecuencias del cambio climático no solo son ambientales. Son (y serán, cada día más) políticas.