El 'procés' nunca fue sinónimo exacto de independentismo. No al menos del legítimo anhelo de vestir de Estado el sentimiento de nación. El 'procés' se alimentó de él, pero le añadió dosis ingentes de propaganda, oportunismo y frivolidad.
Tenemos un 'president' que alienta a los CDR, que amenaza con purgar a los Mossos que protegen el derecho a la manifestación frente a los encapuchados, que elogia la vía eslovena y que no se cansa de denigrar todo lo que huele a España, ajeno al tufo de sus lindes. El 21-D se celebrará el Consejo de Ministros en BarcelonaConsejo de Ministros en Barcelona. Quiso ser una muestra de distensión. La ANC lo entiende como la visita del Estado opresor a la colonia. Y Quim Torra no desautoriza ese planteamiento. Si Catalunya es una colonia, ¿qué es él? ¿El virrey? Cobra de ese Estado más que el propio Pedro Sánchez, tiene a los medios públicos a su servicio, también a las fuerzas de seguridad, y, precisamente, no tiene problemas de libertad de expresión.
El sentido común no soporta tantos disparates, pero el 'procés' sí. Creció de forma exponencial gracias a la perversidad del PP y le falta aire con la distensión. Necesita, vive de la crispación. El anuncio del Gobierno socialista de enviar policías si los Mossos no actúanenviar policías ha despertado la excitación de los esencialistas del 'procés'. Ya se habla de un "pequeño 155""pequeño 155". Al fin, un nuevo agravio al que agarrarse. Mientras, la ultraderecha jalea. Y la estabilidad se cuartea.