Seguro. Dentro de unos años se publicarán novelas, se proyectarán películas y se representarán obras de teatro que nos hablarán del drama sirio. Sí, llegará un día en que el inmenso sufrimiento de la población siria de estos años será profundamente analizado, documentado y recordado. Y nos diremos: "¿Cómo pudimos permitirlo?".
Y no podremos consolarnos diciendo que fue un conflicto oculto en un lugar recóndito. Ni podremos sostener que hubo apagón informativo. O que no sabíamos la crueldad de la situación.
No, lo sabíamos todo. Lo sabemos, todo. Sabemos que desde hace 7 años Siria sufre la guerra más devastadora de los últimos años. Que el número de muertes y heridos es altísimo. Que las vulneraciones de derechos humanos han sido inmensas, por cantidad, diversidad y profundidad. Que el número de personas refugiadas y desplazadas es incomparable con ningún otro conflicto reciente o presente.
Mucha gente en Siria ha sufrido gravemente y, en algunos casos, de forma irreversible. Entre ellos, personas que, contra toda esperanza, han defendido la libertad y la justicia y siempre han rechazado la intolerancia o la violencia. Valores nuestros, ¿verdad? Pues los hemos dejado solos. Y han ido muriendo, bombardeados y torturados por unos, asesinados por otros o secuestrados por los de más allá.
Denuncia
Como Raed Fares y Hamoud Jnaid, asesinados ahora hace justo una semana. Eran vecinos y activistas de Kafranbel, una ciudad conocida por sus movilizaciones creativas y pacíficas. Las pancartas que cada sábado hacían, y mostraban al mundo, son un buen compendio de la denuncia de un régimen criminal y de un terrorismo bárbaro. Fruto de este compromiso, Raed y muchos otros como él, habían sufrido intentos de asesinato del régimen de Bashar al Asad, del ISIS o de Al Qaeda.
Raed y sus compañeros pensaban que la autoorganización popular era clave y por eso fomentaban iniciativas sociales para empoderar a la gente y fortalecer la red ciudadana. Y, con ironía y humor, mostraban lucidez. Ante la deriva armada de una parte de la oposición siria, el 2012, en declaraciones a los periodistas Javier Espinosa y Mónica G. Prieto (autores del excelente libro: Siria, el país de las almas rotas), decía "cuando terminen con el régimen, vendrán a por nosotros". No acertó el diagnóstico sobre el fin del régimen pero sí anticipó como las organizaciones armadas terminan siempre por desconfiar del pensamiento libre y perseguir los movimientos sociales críticos.
"Sé que no voy a cambiar el mundo, solo hacemos esto para que luego nadie diga que no lo sabía". Releer esta frase, seis años después, duele. Porque lo sabíamos todo. Porque lo sabemos todo. Y porque, a pesar de ello, asistimos impasibles a la muerte de gente valiente y comprometida que, mientras todo invitaba a callar o a huir, se lo jugaron todo por la dignidad, la libertad y la justicia, aunque se sintieran abandonados por el mundo. Cuando de aquí a un tiempo, finalmente, afrontemos Siria, nos caerá la cara de vergüenza.