Si la poeta Elizabeth Barrett Browning dedicó un soneto muy famoso a contar las formas que existen de amar a alguien, a mi me gusta pasar el rato contando las formas de definir a los delanteros centro. Los hay correosos y voraces, persistentes y anárquicos, expertos y abrelatas, oportunistas y cazagoles, 'killers' y con olfato de gol...
Ya ven la taxonomía puede ser interminable, y sin embargo en el fútbol actual el delantero centro ha perdido ese aire individualista que le daba el 9 en la espalda. Ahora su función se ha integrado en otras fórmulas que resaltan más el carácter colectivo, y se habla de las delanteras como “la fábrica de goles”, se apuntan tríos letales y se celebran los tridentes. A veces incluso se les dan siglas: ahí estaban las celebradas MSN del Barça y la BBC del Real Madrid, antes de que Neymar y Cristiano, respectivamente, buscaran otros triángulos más isósceles.
Sencillo y cercano
De todos modos, a mi la expresión para que más me gusta para definir este tipo de delanteras es “los tres de arriba”. Los tres de arriba suena sencillo y cercano, como esos tres vecinos que viven en el ático y nos caen bien, o -si nos ponemos místicos- como la Santísima Trinidad que vela por nosotros desde las alturas.
En el fútbol moderno, cuando combinan los tres de arriba, todo es más espectacular y vende más. Por eso todo equipo que se precie debe tener un tridente reconocible. Ahí están los Neymar-Cavani-Mbappé del PSG, o Salah-Firmino-Mané en el Liverpool.
En el Barça actual, hay que reconocer que los tres de arriba de momento son dos y medio. Da la impresión que desde hace varios partidos Messi y Suárez están haciendo un cásting entre los distintos candidatos para completar el trío... Los finalistas, claro, son Dembélé y Coutinho, y entonces me acuerdo de un comentario de Jorge Valdano, que el otro día, durante la retransmisión del Barça-PSV de Champions, dijo: “A mí me da la sensación de que Dembélé y Coutinho juegan a cosas muy parecidas, y de que tarde o temprano Valverde tendrá que elegir”.
Bueno, el entrenador escogió de entrada al francés, que en los últimos partidos se había sacado de la chistera goles memorables y actuaciones de mérito. A pesar de todo, uno tiene la impresión de que Dembélé tiene que ganarse cada partido la titularidad desde cero, y quizá por eso a la hora de combinar con Suárez y Messi aun le domina cierto individualismo.
Frente al Girona, dejó un partido discreto y en exceso solitario, con regates de más y pases de menos. En la segunda parte, con menos minutos y más presión, Coutinho también tuvo su sesión de cásting, y ahora mismo parece que combina mejor con Messi y Suárez, y que sus devaneos individuales, casi siempre en forma de tiro exterior peligroso, parecían más justificados.
El VAR antes que sus propios ojos
Claro que al fin y al cabo en el partido no se dieron las mejores condiciones para valorar quien debería ser el tercer pincho del tridente blaugrana. La decisión del árbitro de expulsar a Lenglet, creyendo antes en el VAR que a sus propios ojos, deformó la realidad del futbol en algo grotesco -una imagen quieta en un deporte que es movimiento- y alteró un partido que se prometía precioso. Lo de ayer fue un desvío, un error no forzado, una máquina corrigiendo la lógica humana.
Hace unos años, hablando de la mercadotecnia y los cambios en ese fútbol tan moderno y planetario que ahora incluso quiere llevarnos a jugar partidos de liga transatlánticos, el escritor Juan Villoro sentenciaba que juegue quien juegue, “al final siempre gana la televisión”. Ahora, además, la televisión gana partidos que no juega.