IDEAS

El corazón de McCartney a Triana va

Paul McCartney, durante un concierto en Madrid en el 2016. / FERRAN SENDRA

No es fácil decidir qué choca más de todo lo confesado por Paul McCartney durante la promoción de su último disco. Ha afirmado que durante un viaje psicodélico vio la cara de Dios, que Lennon le propuso trepanarse y que, en la adolescencia, ambos se masturbaban coralmente. Dispuestos en círculo con más amigos, la luz apagada, decían nombres de actrices como Brigitte Bardot y luego lo ponían cada vez más difícil hasta que una vez Lennon gritó "¡Winston Churchill!" en el momento en que, por así decirlo, ese coro alcanzaba el estribillo.

Y, sin embargo, Miguel Bosé ha explicado su encuentro con el ‘beatle’ en el festival de San Remo de 1988. Su tuit desvela que se le acercó para decirle: "¿Eres tú quien ha compuesto Sevilla? No se te ocurra ni aprender un acorde más. Desde que aprendí el sexto, dejé de componer buenas canciones". Cualquier persona habría encajado el comentario con suspicacia, pero Bosé no es cualquier persona y seguramente pensó que la frase encerraba un piropo. Teniendo en cuenta que tres años después de esa oda a la simplicidad, McCartney lanzó un disco de música orquestal con la Filarmónica de Liverpool (¡con algún título en latín!), el comentario suena aún más sospechoso.

Enarcar la ceja

Hace 50 años, Nik Cohn escribió el primer gran ensayo pop sobre el pop. En ‘Awopbopaloobop Alopbamboom’, ese chaval de 22 años escribía con pulso frenético sobre su gran pasión y criticaba el impacto negativo que, por demasiado sofisticado, el ‘Sgt Pepper's’ había tenido en un lenguaje hasta entonces sexual, primario y poco asimilable por los adultos.

No sabemos qué opinaría Cohn de discos de Bosé como ‘Bajo el signo de Caín’, pero sí que este debería haber enarcado ceja con el comentario de McCartney. Del mismo modo que me tomo yo que mi tía me diga que mi camisa es muy extremada (canta como una almeja), que mi agente apunte que tal personaje de la novela tiene mucha profundidad (le sobran 80 páginas) o que mi primera novia me dejara por demasiado profundo (no insinuaba que ganaría el Nobel, sino que dejara de darle la turra). "La autocomplacencia es el destino final de la ignorancia", dice George Elliot en ‘Middlemarch’.