El premio Català de l'Any

Gracias

La palabra es corta donde la emoción es larga

De izquierda a derecha, el presidente de Grupo Zeta Antonio Asensio, el premiado con el Català de l’Any 2016 Oriol Mitjà, el galardonado con el del 2017 Josep Maria Pou y el ’president’ catalán Quim Torra, este martes. / FERRAN NADEU

No ha sido una semana fácil. No lo está siendo, todavía. Cabeza y corazón, mal engrasados, se acompasan y desacompasan a intervalos regulares. El ánimo sube y baja a ritmo de Dragon Khan. Soy consciente de haber vivido uno de los mejores momentos de mi vida, gracias a la generosidad de muchos lectores de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA que han querido regalarme un premio mayúsculo ante el que –como me ocurre con todos los premios- no estoy seguro de reunir los méritos suficientes para hacerlo mío.

Y hago mal, lo sé. No es hipocresía ni falsa modestia, se lo aseguro. Es, en último término, algo íntimo y personal: en actitud de duda vitalicia, siempre en lucha con mi autoestima, consigo enfadar muy a menudo a quien me expresa su afecto de buena gana, sin pedir nada a cambio, contento de hacerlo si le dan ocasión. No quiero que sea este el caso. Al contrario. Pienso en quienes me han votado (y en quienes, sin haberlo hecho, se han alegrado conmigo del resultado), y solo se me ocurren palabras de agradecimiento que escribo con el miedo de que sepan a poco.

Discurso de Josep Maria Pou, Català de l’any 2017. / FERRAN NADEU

Porque la palabra es corta donde la emoción es larga. Baste con recordar la expresión (o la falta de expresión) de mi rostro en el momento de oír mi nombre. El sobresalto, en primer lugar. Luego, el estupor, el pasmo, el desconcierto. Y enseguida, el vértigo. No recuerdo peor noche de estreno. No recuerdo haber pasado nunca tanto miedo en un teatro. Nunca me pareció tan grande el escenario del Teatre Nacional de Catalunya, ni tan largo  el recorrido hasta el atril donde debía decir unas palabras.

Pero voy a desvelarles algo: en el preciso momento de poner el pie en el tablado, noté que lo hacían conmigo, arropándome, sosteniéndome, llevándome de la mano, no solo quienes me habían votado, sino también todos aquellos que a lo largo de mi vida habían tenido conmigo una palabra cariñosa, un gesto afable, una sonrisa cómplice, un reproche a tiempo. Con ellos llegué al atril. Con ellos recogí el premio. Y ellos me inspiraron, una a una, las palabras que conformaron mi discurso. Gracias a todos.