Dos miradas

Al cajero

Hay más de 3.000 personas sin hogar en Barcelona y 870 de ellas viven en la calle. El último eslabón de una sociedad genuflexa a los intereses del mercado

Desalojo de los acampados en plaza de Catalunya. / Joan Cortadellas

La Boca de la Verdad es una máscara de mármol. La leyenda cuenta que si introduces la mano en la abertura pétrea de su boca y mientes, las fauces se cierran atrapándote la extremidad. No hay ruta turística en Roma que no la visite.

Los cajeros automáticos no tienen una leyenda propia. De hecho, ya no son lo que eran y es posible que pronto queden relegados por los pagos a través del teléfono móvil. Pero mientras eso no llegue, los tenemos ahí. El rostro simbólico de un negocio financiero que, para nosotros, empieza cuando ingresamos dinero y acaba cuando lo retiramos. Entre medio, pasan cosas que quizá no somos ni capaces de imaginar. 

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Ayer, un puñado de hombres y mujeres volvieron a pasar la noche junto a ellos. Lo más parecido a dormir, metafóricamente hablando, al calor del aliento del ogro. De algún modo, su presencia allí también desnuda una verdad, la de una sociedad que despoja de derechos a los que no tienen o, mejor dicho, a los que ha dejado sin alternativas.

El campamento de personas sin hogar de la plaza de Catalunya ha sido desalojado. Ni la ocupación era una solución, ni tampoco lo será la desocupación. Simplemente dejará de ser un problema tan visible. Según Arrels Fundació, hay más de 3.000 personas sin hogar en Barcelona y 870 de ellas viven en la calle. El último eslabón de una sociedad genuflexa a los intereses del mercado y que se ha olvidado de cuidar a los suyos.