LA CLAVE
¡Es la política, estúpidos!
Rajoy y su partido han tenido dos docenas de ocasiones de errar calamitosamente en el conflicto catalán y no han desaprovechado ni una sola de ellas
Mariano Rajoy / EFE / JULIO MUÑOZ
Rajoy y su partido han tenido dos docenas de ocasiones de errar calamitosamente en el conflicto catalán. No han desaprovechado ni una. Esta extraordinaria contumacia en el error es merecedora de algún récord de irresponsabilidad política, de irresponsabilidad de Estado. Si Rajoy y su partido no existieran, el independentismo catalán estaría huérfano, de luto. ¿Quién si no habría logrado auparlo en apenas cinco años del 10% al 47% del electorado? Si Rajoy y su partido no existieran, al independentismo no le habría quedado más remedio que inventarlos.
El botefón que la justicia alemana le ha propinado al Gobierno y a los jueces vengadores al rechazar la demanda de extradición de Puigdemont por un delito de rebelión es el colofón del fracaso de la antipolítica catalana de Rajoy. El empecinamiento del presidente del Gobierno en negar el carácter político de la cuestión catalana y reducirla estrictamente a un asunto penal y de orden público solo ha conseguido agigantar la figura de sus adversarios. Las cargas policiales del 1-O y el severo encarcelamiento de los dirigentes del procés no solo han indignado y movilizado a muchos ciudadanos que nunca fueron independentistas, también han conseguido la internacionalización del conflicto que los nacionalistas se habían revelado incapaces de procurarse por sí mismos.
Autoridad moral
Rajoy ha engrandecido a los secesionistas, les ha regalado la autoridad moral que dilapidaron al quebrar unilateralmente la legalidad política y el marco de convivencia. Ha hecho de sus líderes héroes. Se ha encumbrado como el más valioso fabricante de argumentos de la musculosa agit-prop que sin la valiosa contribución del líder del PP lo tendría más difícil para pregonar la alucinación de que Catalunya es una nación sojuzgada por una dictadura colonial armada con un brazo judicial prevaricador.
Clinton llegó al poder en 1992 a lomos de un exitoso lema de campaña: “¡Es la economía, estúpido!” En las paredes de la Moncloa, de los ministerios y de las sedes del PP alguien debería haber colgado hace años una versión libre de esa consigna: “¡Es la política, estúpidos!”
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