Reza un viejo adagio que la política crea extraños compañeros de cama. Lo estamos viendo en Catalunya, donde la CUP ha pasado de descabezar a Convergència, hace solo dos años, a alimentar el 'pressing ERC' abrazando la retórica legitimista de Carles Puigdemont. Pero la concupiscencia se presenta aún más procaz en la política española, donde se encaman los enemigos irreconciliables y se despellejan los otrora aliados.
Albert Rivera, que primero apoyó la investidura del socialista Pedro Sánchez y luego la del conservador Mariano Rajoy, abanderando siempre el veto a Podemos, se acerca ahora a la fuerza morada para impulsar una reforma electoral a la medida de ambos. Y Pablo Iglesias, que abortó la defenestración de Rajoy alegando incompatibilidad ideológica con Rivera, resucita el 'espíritu del Tío Cuco' para reflotar sus diezmadas expectativas electorales.
Y es que, salvo en Catalunya, la vida política fluye. El triunfo de Inés Arrimadas el 21-D ha propulsado a C's en las encuestas y ha noqueado a un PP acorralado por la corrupción. En pago a su displicencia, Rivera quiere ahora arrancarle a Rajoy cesiones humillantes, como la dimisión de una senadora popular imputada por corrupción. O eso, o que se arregle con el PSOE.
SIN PRISA
Pero Rivera no tiene prisa (aunque lo parezca): prefiere aprobar los presupuestos de este año y evitar así unas 'multielecciones' en mayo del 2019 --generales, europeas, locales y autonómicas--, que a priori podrían beneficiar a PP y PSOE por su fuerte implantación. Ansía, ahora sí, conquistar poder territorial para hacer creíble su 'opa' a Rajoy, aprovechando los juicios de corrupción del PP y las tensiones sucesorias. Así que cuanto más dure la legislatura, mejor; en eso coincide, al menos, con el presidente del Gobierno.
La pinza de C's y Podemos, en forma de una ley electoral que enterraría el bipartidismo, solo busca, pues, echar a Rajoy en brazos de Sánchez... y viceversa. Hipótesis a no descartar, dada la complicidad que ambos han tejido a raíz del desafío independentista.