Dos miradas

Como palomitas

Cinco minutos después de llegar a Querétaro me hicieron sentar ante un plato de chapulines. Sin piedad. No tuve tiempo de advertirles de ninguna alergia, real o fingida

Una parada de comida mexicana especializada en tortillas de maíz. / CARLOS MONTAÑÉS

Cinco minutos después de llegar a Querétaro me hicieron sentar ante un plato de chapulines. Sin piedad. No tuve tiempo de advertirles de ninguna alergia, real o fingida. Y me los comí. Recuerdo una textura similar a los ganchitos, aquella cosa que no sé si todavía existe y que era un aperitivo crujiente de color naranja que te dejaba los dedos bien embadurnados. La palabra es crujiente, y el secreto, no saber que eran gusanos (o algo similar a los gusanos) o, en todo caso, no mirarlos o identificarlos mientras comías. Poco después, llegó un taco de escamoles, huevos de un tipo de hormiga que me parece recordar que también crujían y que, de hecho, no podías pensar que fueran huevos de hormiga sino una especie de golosina tirando a dulce. No probé gusanos de Maguey o ahuahutles (moscas acuáticas) o jumiles, que son chinchas de campo, u hormigas chicatanas, que son difíciles de cazar porque pican e incluso muerden, pero no descarto hacerlo algún día, ahora que ya hay directivas europeas que permiten la comercialización de insectos comestibles, en forma de barritas energéticas, caramelos, secos o deshidratados.

El secreto, decía, es pensar que se trata de otra cosa, aunque veas patas y carcasas exóticas. ¿No nos comemos las gónadas de los erizos, el interior viscoso de un caracol, el aparato digestivo del pepino de mar o el cerebro de una becada? Pues, venga, al ataque, como si fueran palomitas.