Seguro que ya habéis visto el vídeo. Un muchacho, cuyo nombre no es
necesario reproducir aquí, consideró que era una gran idea arrimar una bandera de España a los morros a Puigdemont
mientras lo grababa en
vídeo. ¡Bésala, venga, bésala! El político estaba acompañado, pero
esto no evitó que Puigdemont mostrase cierto desamparo ante el abusón
. Esto lo detectará fácilmente quien haya tenido que lidiar con
ellos en el colegio. Es un matiz de los gestos aparentemente afables,
un deslizamiento servil, una respuesta demasiado tímida... Pero la manada
, por fortuna, no reaccionó aplaudiendo. "La mamarracha ha
conseguido que me ponga de parte de Puigdemont, ¡es para matarlo!". Me
lo dijo ayer un amigo que tiene la manía de votar a Ciudadanos por más
que su novio le amenace con hacerse hetero si persevera.
Los 'likes' emborrachan
En fin. Más allá del tuit y del mal, la anécdota muestra un rasgo inquietante de las redes
, que afecta sobre todo a los usuarios más
jóvenes. Nos dice hasta qué punto el "obrar para ser visto y
aplaudido" típico de la red distorsiona la valoración que hacemos de
nuestros propios actos. Ocurre tan a menudo que no cabrían aquí los
ejemplos del último mes. Los 'likes' emborrachan, confunden. El aplauso
es más ensordecedor que los gritos. Mirad a esos 'troles' infatigables
de Twitter a los que ríen la gracia decenas de miles. Mirad también
cómo un día, borrachos de aplauso, pulsan la tecla equivocada e
inmolan su reputación.
¿Recordáis al 'youtuber' que puso dentífrico en unas galletas y se las
dio de comer a un mendigo? ¿Y al chaval que llamó "caranchoa" a un
repartidor y recibió un trastazo como respuesta? Sus actitudes eran
análogas a la del tipo de la bandera. Como él, subieron la prueba del delito a la red
convencidos de que habría premio. ¿Son pirados,
psicópatas? Yo no lo creo. Son gente inmadura que ha deformado su
propia imagen de tanto mirarse en el espejo de la respuesta de las
redes. Pero la sensación de impunidad que reciben es falsa, y al final
pagan el pato.