LA CLAVE

Los papeles de los Mossos

Desde hace casi una década, los responsables de Interior de la Generalitat nacionalista y de su policía están marcados por una suerte de maldición autoimpuesta, la de la falsedad

Joaquim Forn y Josep Lluís Trapero, en una rueda de prensa. / ALBERT BERTRAN

La polilla siente una atracción letal por la luz. Su destino es sucumbir abrasada en la llama de la vela o en la bombilla incandescente. El irresistible pálpito suicida de la polilla ha sido usado como metáfora literaria por muchos escritores. El mismísimo Shakespeare no se resistió a la formidable fuerza de la imagen de la mariposilla estrecha y grisácea codiciando la luz y pereciendo en el preciso instante de poseer su ambición. Pero dejemos por un momento la polilla. Luego volveremos a por ella.

Desde hace casi una década, los responsables de Interior de la Generalitat nacionalista y de su policía están marcados por una suerte de maldición autoimpuesta. La maldición de la falsedad. Mintieron con la boca llena el consellercuando negaron que ninguno de sus policías hubiera dejado tuerta a la ciudadana Ester Quintana.

Engañaron también a los ciudadanos el conseller cuando trataron de desacreditar la investigación judicial sobre el homicidio del ciudadano Juan Andrés Benítez, muerto a golpes en la calle por una patrulla de Mossos. Y mintió y algo más el jefe de los Mossos Trapero cuando negó credibilidad a los testigos del homicidio y desdeñó las revelaciones periodísticas sobre la muerte de Benítez.

Mintieron el conseller Forn y Trapero, y también el president Puigdemont, cuando negaron la información de EL PERIÓDICO que revelaba el aviso del espionaje de EEUU a los Mossos sobre el riesgo de atentado en la Rambla. Forn acusó entonces al diario de “ensuciar el trabajo de los Mossos” y Trapero, siempre tan llano él, de “echar mierda” sobre su policía.

La verdad, como canta Serrat, no tiene remedio. Es tozuda y acaba por salir a flote. Hoy, la palabra de Puigdemont, Forn y Trapero vale menos que ayer, y el periodismo puede congratularse de seguir cumpliendo con su más elevada función social, pese a los boicots y los linchamientos partidistas.

La polilla, sí. Se arroja sobre la luz como algunos políticos y policías sobre la mentira.