Dos miradas

Gabriel Conroy

Nada nos es dado y no tenemos ninguna seguridad en lo que pensamos poseer. De repente, se nos aparece la imagen que desconocíamos

El rey Melchor, en una cabalgata. / JOSEP GARCIA

¿Cómo dejar de pensar, en una noche como esta, en 'Los muertos' de Joyce o en los 'Dublineses' de Huston? Llega la Epifanía, la manifestación de algo que estaba oculto, la visión esplendorosa, el estallido que todo lo ilumina. No es solo una fiesta cristiana. En este caso, la 'epiphaneia' responde a la primera vez que el Mesías se enseña al mundo. Los sabios orientales son los representantes simbólicos que descubren a Jesús. «La alegría que tuvieron al ver la estrella fue inmensa», dice Mateo, y la escena es feliz porque es la constatación de que ese fenómeno no es local sino universal. Para todo el mundo. Pero va más allá.

¿Cómo dejar de pensar en otra epifanía, la que llega al alma apaciguada y triste de Gabriel Conroy cuando sabe que su esposa Gretta aún llora la muerte y la desolación sentimental que por ella sufrió el joven Michael Furey? Los diarios tenían razón: «La nieve era general por toda Irlanda». Y el alma de Conroy, «se desvanecía poco a poco mientras sentía caer la nieve con calma por todo el universo y en tranquila caída, como el descenso hacia el postrero final, sobre todos los vivos y los muertos».

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Nada nos es dado y no tenemos ninguna seguridad en lo que pensamos poseer. De repente, se nos aparece la imagen que desconocíamos y que nos informa del presente donde estamos. Y, como Conroy, no podemos sino contemplar cómo la nieve cae, con «una capa acumulada en las cruces torcidas y en las lápidas». Hasta el postrero final.