En el largo poema New year letter, de 1940, W. H. Auden escribía: "Nuestra edad habrán hecho crítica / las conmociones de la política". Casi 80 años después, y salvando las notables distancias, podríamos decir lo mismo. Vivimos "sometidos al peso sin clemencia del invierno, el estado y la conciencia" y estamos a punto de asistir de nuevo a unas jornadas trascendentales.
Sabremos, estos días que vienen, hasta qué punto se confirma el triunfo independentista en las elecciones y de qué manera se concreta en el Parlament. Sabremos si el monstruo en que se ha ido convirtiendo el 155 tiene forma de hidra o si tiene la consistencia de una medusa. En el primer caso, se multiplica; en el segundo, pica pero es evanescente.
Puigdemont, Irla, Tarradellas
Sabremos si la insistencia de Puigdemont en continuar por la senda de Irla y Tarradellas es superior a la realpolitik impuesta. Este afán responde a la voluntad de permanencia de la institución, un símbolo que se eleva por encima de las (adversas) circunstancias históricas, pero también puede ser un estorbo a la hora de ejecutar las políticas concretas y, muy probablemente, menos radicales.
Sabremos si el Estado será capaz de admitir (o si está dispuesto a digerir) una lógica de represión continuada con un candidato a presidente (o más de uno) en la cárcel. Sabremos, en los días de conmoción que vienen, si las urnas tienen más validez que las inquisiciones y las rejas. Es la condición justa y necesaria para comenzar una nueva etapa.