Dos miradas

Día primero

No quiero pensar que un detalle del calendario puede implicar un cambio sustancial en nuestras vidas

Espectáculo de luz y color en las fuentes de Montjuïc, durante la Nochevieja.  / JULIO CARBO

Quizá tenía razón Proust cuando escribía a Lionel Hauser, su primo y el banquero que tenía cuidado de las inversiones del escritor, que no confiaba mucho en las novedades del año nuevo en relación a la felicidad. Al mismo tiempo, sin embargo, deseaba que fueran felices "todos aquellos a los que amo". Me atrevo a hacer un brindis así de genérico, sin concretar demasiado y, como Proust, sin que piense que un detalle del calendario puede implicar un cambio sustancial en nuestras vidas. Más bien estoy de acuerdo con los 'Píos deseos para empezar el año', el poema que escribió Jaime Gil de Biedma, "pasada ya la cumbre de la vida". Aprender a estar solo y a procurar ("es la sabiduría") tener un cierto orden en la supervivencia. Mirarlo todo con menos intensidad, sometido al estremecimiento de "las horas tranquilas de la noche".

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Vivimos la recurrencia. Es lo que cantaba Lucio Dalla: la novedad es que me estoy preparando porque este año, dentro de un año, habrá pasado. En medio, llantos o risas. Hay, sin embargo, quienes, movidos por un afán atávico de desentrañar el futuro (o de conjurarlo para que sea placentero), invierten en la ceremonia íntima de un gesto que se repite. Ahora pienso en ella y me emociona. Es un gesto repetido, anhelante, ante la incertidumbre de lo que nos espera. Como decía Carner, no sabemos, ni siquiera lo sabe el astrólogo, si tendremos "angustia, amor, traspaso o avivamiento". Pero levantan (levantamos) una muralla de humo contra el embate del destino.

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