Pequeño observatorio

Pasos perdidos... y bailados

La experiencia dice que es temerario querer avanzar si no tenemos un pie en el suelo

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Leo que el Salón de Pasos Perdidos del Congreso de Diputados ha vuelto a ser escenario principal de la conmemoración del 39 aniversario de la Constitución. Lo encuentro muy interesante, lo de los pasos perdidos. Desconozco el origen de esta denominación. ¿Es que en ese espacio se pierden los pasos que se dan para hacer propuestas, para discutir temas, para intentar llegar a acuerdos? Confieso que lo ignoro.

Confieso, también, que no me parece muy discreto que el Salón de Pasos Perdidos sirva para instalar una capilla ardiente de un expresidente del Congreso. Ya sé que una capilla es un espacio evidentemente respetable, el espacio donde a menudo se hacen homenajes a los difuntos. Pero, quizá, se debería cambiar el nombre de la sala.

Lentitud y tropiezo

¿Quién se inventó eso de Salón de Pasos Perdidos? ¿Alguien perdió el paso repetidamente en este espacio? Es posible que alguna autoridad fuera demasiado deprisa a imponer un criterio y algunos políticos o cargos públicos vieran que habían perdido el paso, e incluso habían tropezado a la hora de querer y poder manifestar su oposición. Demasiado lentos, habían perdido el paso.

En todos los momentos de la vida es importante no perder el paso. Si lo perdemos nos exponemos a quedar atrás, porque hay unos astutos especialistas en darse cuenta de que los pasos que hacemos y que nos han llevado adelante han sufrido un pequeño tropiezo. Un paso es el movimiento que hacemos cuando caminamos, alzando y avanzando un pie hasta volverlo a poner en el suelo. La experiencia nos dice que es temerario querer avanzar si no tenemos un pie en el suelo.

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La prudente tradición catalana ha aconsejado siempre hacer las cosas paso a paso. Hay muchos tipos de pasos, como el militar, pero a mí, francamente, me gustan los pasos de baile. Sobre todo los que marcan los bailadores. ¡Cómo he admirado –y envidiado– a Fred Astaire