Pequeño observatorio

Estoy viviendo en un absoluto 'bibliocaos'

He puesto en práctica una norma lamentable: primero escribir, y luego intentar ordenar los libros

Cada vez más bibliotecas cuentan con espacios dedicados a niños de distintas edades. / JORDI CASAÑAS

Yo he tenido relación con los libros desde muy joven. No fui un lector cotidiano, ni mis lecturas han obedecido un criterio riguroso, de obediencia a los libros que hay que leer, desde el punto de vista de obediencia cultural. Leí algunos libros que mi padre tenía en casa, interesado como estaba por acercarme, sin ningún programa riguroso, a los ámbitos de la cultura. Yo era todavía adolescente, quizá tenía unos 10 años, y eran tiempos de guerra.

Ahora que ya estoy en tiempo de ir olvidando, todavía me veo subiendo por la calle donde vivíamos con un libro de Julio Verne en la mano. En aquellos tiempos belicosos y de dinero escaso, mi padre me daba unas monedas, dos o tres pesetas, y yo volvía a casa con Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, Cinco semanas en globo...

Ahora pienso que quizá aquellas lecturas fueron una especie de semillas que, muchos años después, fructificarían en mis repetidos viajes a pie y mi devoción por la geografía.

Hasta hace pocos días no he descubierto que Vicente Español, en el siglo XVI, ya daba a conocer: «Los libros hacen libres a quien ama a los libros». Tengo que decir que no soy bibliófilo, en el sentido de amante de los libros. Espero que los lectores cultos no se escandalicen.

Me explicaré: no trato a los libros con el respeto que se merecen. Si el lector de este artículo viera los libros que tengo en casa se escandalizaría. El caos se ha apoderado progresivamente de los estantes, y el desorden temático es lamentable.

No sé quién escribió esta sentencia: «Primero vivir, después filosofar». Yo he puesto en práctica una norma lamentable: «Primero escribir y luego intentar ordenar». Y el escribir ha sido tan dominador que el orden ha claudicado.

Isabel Coixet ha escrito que las cubiertas de los libros son como un techo y cuatro paredes. Muy bien, pero mi techo y mis paredes de libros han decidido que quieren jugar al escondite.

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